

Santo Domingo de Guzmán fue un predicador incansable, un hombre de profunda espiritualidad y el fundador de la Orden de Predicadores, más conocida como los dominicos. Su vida estuvo marcada por la misión de difundir la fe cristiana y combatir la herejía mediante la enseñanza y la predicación.
Domingo nació en Caleruega, España, en 1170. Desde joven, mostró una gran vocación religiosa y una profunda compasión por los más necesitados. Durante su formación en la Universidad de Palencia, llegó a vender sus libros para ayudar a los pobres en tiempos de hambruna.
En 1205, acompañó al Obispo de Osma, Diego de Acebes, en una misión diplomática encargada por el Rey Alfonso VIII de Castilla. Durante sus viajes por Francia, Domingo se encontró con la herejía albigense, lo que lo llevó a establecerse en el Langüedoc en 1206 para predicar la fe cristiana entre los cátaros.
Para combatir la ignorancia religiosa, en 1215 fundó en Tolosa la primera casa de la Orden de Predicadores, con el apoyo de Pedro Sella y Tomás de Tolosa. Un año después, el Papa Honorio III aprobó oficialmente la orden mediante la bula Religiosam Vitam. Domingo envió frailes a distintas ciudades de Europa para expandir su misión evangelizadora.
En 1220, presidió el primer Capítulo General de la Orden en Bolonia, donde se establecieron las Constituciones dominicanas. Un año después, agotado físicamente, falleció el 6 de agosto de 1221 en el convento de Bolonia. En 1234, el Papa Gregorio IX lo canonizó, reconociendo su impacto en la Iglesia Católica.
Domingo de Guzmán dejó un legado de predicación, enseñanza y servicio a la Iglesia. Su orden fue clave en la expansión del cristianismo y en la formación de grandes teólogos como Santo Tomás de Aquino. Además, promovió la devoción al Santo Rosario, una práctica que sigue vigente en la actualidad.








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