ENTRE CENIZA Y AMOR

El Miércoles de Ceniza y el Día del Amor y la Amistad tienen algo en común: el amor

En la Opinión 14/02/2024 fr. Fernando Escobedo, OP
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El 14 de febrero está a la vuelta de la esquina. Este año será una fecha peculiar, ya que coinciden el Miércoles de Ceniza y el Día del Amor y la Amistad. No será extraño ver iglesias abarrotadas, gente con ceniza y promesas de conversión, así como cafés y bares llenos, flores y juramentos de fidelidad eterna. Aunque pareciera que se contraponen o no tienen mucho que ver, una y otra celebración poseen al menos algo en común: el amor. Justifiquemos la afirmación.
 
 
 
El Miércoles de Ceniza meditamos un fragmento del Evangelio de Mateo[1] en el que Jesús habla a sus discípulos de la oración, el ayuno y la limosna. Sin dejar de considerar los sentidos tradicionales acerca de estas tres prácticas espirituales, ¿qué más decir sobre ellas?
 
 
 
Reformulando una idea del místico dominico Fr. Luis de Granada,[2] mediante la oración nos hacemos una cosa con Dios y, a la vez, con otra persona, en tanto pedimos por ella. Por su parte, el ayuno implica renunciar a lo que no llena el alma, aunque nos satisfaga de maneras que tienen fecha de caducidad. De ahí que nos ayuda a elegir lo que realmente cuenta, a quien es verdaderamente importante. La limosna no significa compartir lo que nos sobra, sino lo que antes hemos recibido de Dios. Por ejemplo, la escucha, el cariño y la vida.
 
 
 
En este punto surge una pregunta: hacernos uno con la otra persona, elegir a quien es esencial en mi vida y entregarnos de corazón, ¿no son acaso manifestaciones concretas del amor que también celebramos el Día del Amor y la Amistad?
 
 
 
Teniendo esto en cuenta, «en nuestro viaje hacia el amor necesitamos un mapa que nos muestre el camino que hemos de seguir», tal como señala bell hooks.[3] En el Cantar de los Cantares (Cantar) encontramos un mapa con caminos andados por un par de personas que se aman. Casi al final de este libro sagrado leemos lo siguiente:
 
 
 
Grábame como un sello en tu brazo,
 
grábame como un sello en tu corazón,
 
que el amor es fuerte como la muerte,
 
la pasión más poderosa que el abismo.
 
Las aguas torrenciales no podrán apagar el amor
 
ni extinguirlo los ríos.[4]
 
 
 
Pese a la complejidad para desentrañar este pasaje bíblico, una interpretación rabínica[5] sugiere que la amada debe grabarse la palabra «Amor» –y ya no el «shemá»–[6] en el corazón y en una especie de pulsera que lleve puesta y la haga visible ante sus ojos cada que se mire el brazo.[7] Este Amor trae la vida y la inmortalidad, porque ¡ni siquiera las aguas profundas de la muerte podrán vencerlo ni apagarlo!
 
 
 
Además de nutrirnos el espíritu,[8] estas palabras del Cantar nos llaman a experimentar un buen amor, ese que todas y todos merecemos. De igual manera, proponen el camino que los enamorados siguieron, ese «drama»[9] que consiste en recordar y esperar, en buscar, cantar su amor, en unirse, alejarse, en superar las dificultades y reunirse para jamás volverse a separar.
 
 
 
Las personas que aman de esta forma son bienaventuradas y felices,[10] con todo y los obstáculos que se les presenten. Quienes aman así pueden afirmar, con san Agustín, «ama y haz lo que quieras».[11] Y si, encima, tienen a Dios en medio de su relación, construirán lazos de amor con rasgos de eternidad, al igual que los enamorados del Cantar.
 
 
 
¿A quiénes hemos de amar de esa forma? A los amores de nuestra vida, como lo pueden ser la pareja con la quiero compartir el resto de mis días, el amigo del alma que está en las buenas y en las malas o las madres que buscan a sus hijas e hijos desaparecidos. Igualmente, a esos «ángeles de la guarda», con nombre y apellido, que hacen el bien sin esperar nada a cambio, o a la persona de la que me distancié sin razones de peso y quiero con el alma.
 
 
 
En conclusión, este tipo de amor propuesto en el Cantar es el que hay que vivir. Porque, al fin y al cabo, parafraseando a la poetisa Amalia Bautista, son poquísimas las cosas que de verdad importan, entre ellas, amar a alguien y que nos amen. Ojalá que un amor así sea el centro de las celebraciones por el inicio de la cuaresma y por el Día del Amor y la Amistad. Y no sólo del 14 de febrero, sino de la vida toda.
 
 Bibliografía

Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares, Monasterio de Sta. María de Oseira, Madrid 2000.

Girón Blanc, Luis-Fernando, Midrás. Cantar de los Cantares Rabbá, Verbo Divino, Navarra 1991.

hooks, bell, Todo sobre el amor. Nuevas perspectivas, Paidós, Ciudad de México 2022.

Luis de Granada, Obra selecta. Una suma de la vida cristiana, BAC, Madrid 1947, disponible en: https://archive.org/details/GRANADAObraSelecta/page/n9/mode/1up 

Orígenes, Comentario al Cantar de los Cantares, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1986.

San Agustín, Homilías sobre la primera carta de san Juan a los partos, Augustinus Hipponensis, disponible en: https://www.augustinus.it/spagnolo/commento_lsg/omelia_07_testo.htm 

[1] Cf. Mt 6,1-6. 16-18.

[2] Cf. Luis de Granada, Obra selecta. Una suma de la vida cristiana, BAC, Madrid 1947, p. 512.

[3] bell hooks, Todo sobre el amor. Nuevas perspectivas, Paidós, Ciudad de México 2022, p. 39.

[4] Ct 8,6-7.

[5] Cf. Luis-Fernando Girón Blanc, Midrás. Cantar de los Cantares Rabbá, Verbo Divino, Navarra 1991, p. 310.

[6] El Amor sustituye el shemá. «Shemá» es un término hebreo que significa «escucha». Con esa palabra inicia la profesión de fe israelita que se realiza dos veces al día. El shemá se compone de varios textos del Pentateuco, concretamente Dt 6,4-9; 11,13-21; y Nm 15,37-41. El shemá inicia así: «Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es solamente uno. Amarás al Señor, tu Dios, con todo el corazón…».

[7] Cf. Jr 31,33; Heb 10,16.

[8] Cf. Bernardo de Claraval, Sermones sobre el Cantar de los Cantares, Monasterio de Sta. María de Oseira, Madrid 2000, Sermón 67, I.1.

[9] Cf. Orígenes, Comentario al Cantar de los Cantares, Editorial Ciudad Nueva, Madrid 1986.

[10] Cf. Eclo 48,11.

[11] El santo continúa diciendo: «si callas, calla por amor; si gritas, grita por amor; si corriges, corrige por amor; si perdonas, perdona por amor». San Agustín, Homilías sobre la primera carta de san Juan a los partos, Augustinus Hipponensis, Homilía séptima, n.8.

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